Pregón (haz clic para leerlo entero)
La tarde huele a jazmines,
a rosas, clavel y clavo.
Huele a incieso y a tomillo
-preludio de lo sagrado-
como sagrado es el bronce
de los metales arcanos.
Esos que sólo se templan
cuando intuyen esas manos
que no se atan, que se enredan
como lirios en el campo.
Por los túneles del tiempo
van huyendo sin descanso
esas voces que pregonan,
esos cantes tan amargos,
que Dios está en un Asilo
y ya han pasado... once años.
Once años son el duelo
doloroso y necesario.
Once años de pesares
con un templo clausurado.
Once año son once vidas.
Para qué voy a negarlo.
Un tañido de campanas
estremece tintineando
y el aire, titiritero,
envolvía con encanto
los sueños de los devotos
que estaban esperando.
Los pañuelos en los cuellos...
El charol en los zapatos...
Las palmas por bulerías...
El carmín rojo en los labios.
Camisas de fina seda...
Corbatas con nudos anchos...
Tragos largos... mucho hielo...
Copas con amontillado.
Primer lunes de cuaresma.
Los luces por los tejados
van tejiendo sus encajes
con claroscuros marcados.
La calle Ancha es un reguero
de locos enamorados
del Gitano má´s cabal
nadido del Desamparo.
Todo el mundo quiere verle
en la Catedral del Barrio.
Suena lejos la guitarra,
y ojalá fuera el Morao
pues son sus dedos pinceles
que pintan en el ocaso
pentagramas de requiebros
bordón siempre enlutado.
Cae la tarde en la ciudadd.
Va a dar comienzo el traslado.
Un solemne viacrucis
en el templo diocesano
donde aguarda don José
expectante, ilusionado.
Y es así como, de nuevo
disfruté un Miércoles Santo.
Los saeteros se dejaban
sus tristezas en el llanto
y hasta loa brisa pesaba
en las notas de un fandango.
Una cuadrilla de ensueño
con un compás endiablado
que a la voz del capataz
-cual torero ante el astado-
dibujaba las verónicas
con los costados fajados.
¡Madre mía que paseo
le pegamos aquel año!
O será que lo soñé...
que mis sueños me han cegado
por sentir al mismo Dios
paseando de mi mano...
...por ir poniendo banderas
en las duelas del asfalto
que recuerden que pasó
el mismo Dios amarrado.
Donde el duende y el pellizco,
con mi Juan Grande a los mandos,
vibraban en la angostura
de ese Universo Anelado
donde solo el Prendimiento
puede tocar a rebato.
Incendiándote los pulsos
y amarrándose los machos
iban Nono y Manolete,
Cantarote y hasta el Chato
regalándole a Jerez
un misterio indescifrado.
También iban los Zarzana,
sentimiento rojiblanco,
y hasta Diego de la Chonchi
con los Flores y Macanos
van regando de pureza
cada son, cada intervalo.
Un revuelo de mantones
con sus flecos descuidados
desarbolan las duquelas,
las penurias y quebrantos.
Y allá que sigue el misterio
provocando siempre estragos,
lentamente convenciendo
que es Dios mismo quien va atado.
Pero todo este romance,
la pasión de este relato
ni exagera ni te miente...
Solo así sé recordarlo.
Y me acuerdo con cariño
de los Vargas y Medranos...
los Valencia, de Sandrini
y también de los Carrqasco.
Familias que con su fe
me enseñaron sin reparos...
''que pa queré al Prendimiento''
no hace falta ser gitano.
Y si es mi verbo incapaz,
haciendo este esfuerzo aciago
por contagiar mi pasión
por el Verbo aquí encarnado...
Si por más que lo intento te
suena mi grito cansado...
Preguntadle a Rafael,
fiscal del último tramo,
Puerto es como se apellida
y fue el que tuvo el encargo
de velar por el Señor
entre las vallas y andamios.
¡Bendita suerte que tuvo!
¡Bendito fue aquel encargo!
¡Bendigo sea el momento
que disfrutó aquel hermano!
Y yo que tuve el placer
-y lo explico aquí en el teatro-
de conocer tu grandeza,
tus poderes sobrehumanos
y ese perfil que descansa
en tu hombro de soslayo,
como quien no quiere nada,
como quien se entrega hastiado.
Yo... yo tuve la dicha
de ser brigada en tu barco...
Ya sólo envidio la suerte
de decir que hemos estado
Tú y yo a solas, Prendimiento...
en la Iglesia de Santiago.
José Vegazo Mures (2016)