Pregón (haz clic para leerlo entero)
Esconde le verso la prueba
en la décima trenzada,
en la rima descarnada,
en mi alma que se eleva...
Enreda el aire la nueva
brisa del mar, y el suspiro
que nace cuando la miro
a solas en su capilla.
Que eres del barco, la quilla...
Que eres del sol, su retiro...
Rosa por la que deliro,
la más hermosa azucena,
la primera nazarena...
-guerra por la que conspiro...-
Costosa como el zafiro,
nadie supo dibujarte,
nadie siquiera soñarte
sin soñar que te besaba,
que por siempre te entregaba
los silencios que contarte.
Así es como tienes parte
de las sombras de mis días,
de los miedos que porfías
a quien viene aquí a rezarte.
Quizá por eso, es amarte
y sellar esta alianza
lo que quiere sin tardanza
este pueblo de Jerez...
El que una y otra vez
buscará... a su Esperanza.
Y es despacio como avanza,
y se fragua a fuego lento
el más puro sentimiento
de pasión y de añoranza...
¡El que inclina la balanza
contra penas y duquelas!
Como cuentan las abuelas...
"Dios a su madre entregó
El día que al fin llegó...
La Esperanza a La Plazuela".
...
¿No te acuerdas de mí, Madre?
Fue aquí mismo en Villamarta.
Una noche de verano...
Las estrellas enceladas
por ser Tú la que más brilla
entre torres y campanas.
Una noche de verano
que secaba mi garganta
presa del nervio y del miedo
entre versos y plegarias.
¿No te acuerdas de mí, Madre?
¿De verdad que no, mi amada?
¿De verdad que no recuerdas
a De Mora y a Cañadas
pregonando con pasión
tu grandeza inmaculada?
Pues fueron casi tres horas
de piropos y alabanzas...
De saetas, bulerías,
de décimas engarzadas,
de sonetos, de romances,
de una Plazuela entregada
que llenó hasta la bandera ese patio de butacas.
Se acordaron de los vivos
y los muertos, y de tantas
actuaciones milagrosas
desde el filo de estas tablas,
que no tendría sentido
siquiera aquí enumerarlas.
¿De verdad que no te acuerdas
que nos dejamos el alma?
¿O acaso soy sólo yo
navegante entre dos aguas
el que pasó inadvertido
al calor de tu mirada?
No me digas, Madre, no...
que yo no te dije nada.
No te atrevas a olvidar,
-hiel profundamente amarga-
que no eran dos, sino tres
los que tu gloria cantaban.
Sólo sale de mi boca,
simplemente una palabra
y a ti, Andrés, te la digo...
gracias, solamente, gracias...
Gracias por dejarme ser
la proa de tu fragata
que quisimos encallar
en el mar de su templanza.
Gracias, gracias, gracias siempre
por darme sin pedir nada.
Por dar la oportunidad
por completo inesperada
de que un hombre sin recursos
ni experiencia contrastada
decidiera con vosotros
resolver la encrucijada.
Aunque aquí he de confesar,
y lo digo con nostalgia,
que fue un sabor agridulce,
una sensación extraña
la que tuve al escribir
la parte que me tocaba.
Yo quería ser la voz
que a golpe de yunque y fragua,
escondido entre las sombras
de tus calles, de tus plazas,
convirtiera la Plazuela,
en una perfecta nana
que durmiera a la más bella
Esperanza de mi casa.
Más todo me supo a poco,
rosa de sutil fragancia.
Iba contando las letras,
iba juntando palabras...
Y todo esfuerzo era inútil
para glosar tu elegancia,
tus perfiles y tu empaque
con la luz de la mañana.
Sí... Yo quería decirte
tantas cosas susurradas...
Tantos versos, tantos besos
derribando las murallas
que un negro luto de ruán
separa en la Madrugada
en que te siento y no tengo
el timón de nuestra barca.
Una barca a la deriva
si no fuera por el ancla
que ancla nuestros sentimientos
acercando las distancias.
Y ese puntal eres Tú...
¡Esperanza, mi Esperanza!
Es hora de devolverte
sin excusas ni coartadas
todo lo que no te dije
en el pregón que anunciaba
que una corona de amores
en tus sienes se derrama.
Te coronaron por Reina
siempre bienaventurada.
¡Bendita Madre de Dios!
Sublime joya de nácar.
Te coronó esta ciudad,
casi siempre maltratada.
Te coronaron los pobres,
la gente necesitada
y también los más pudientes
acudiendo a tu llamada.
Te coronaron tus hijos,
y no hay excusas que valgan,
por el color de tus ojos,
por tus labios de grana,
por ese perfil de luna
dibujado en la ventana
que calienta mis otoños
resecando sus escarchas.
Te coronaron por siempre,
paseando sus medallas,
embobados en tu palio,
agarrados a sus varas,
orgullosos de una Madre
a la que no piden nada...
¡Sólo están para decirle...
que es la más guapa de España!
¿No te acuerdas de mí, Madre?
Si este amor... nunca se acaba.
(Suena el Ave María de William Gómez,
interpretado por D. Ángel Hortas)
Permíteme que te rece,
una vez más, a tus plantas
este avemaría que ahora
suena, como antes sonara...
Esperanza, seas bendita.
Bendita sea tu estampa,
y benditos sean por siempre
- mediadora de la gracia-
esos hijos que hoy te rezan
oraciones musitadas.
Bendita Madre de Dios...
La razón de mi confianza...
La que perfuma mis lutos...
La que sosiega mis ansias...
Ruega por nosotros Madre...
Nunca nos vuelvas la espalda...
Sigue llevando el timón
como siempre, Capitana,
de una ciudad que por ti
se despierta y se engalana.
Cuna del Verbo Divino
donde Dios buscó posada
para llenar de Humildad
y Sentencia su batalla.
Ruega por nosotros, Madre.
¡Por la gente jerezana!
Intercede por nosotros,
asombrosa filigrana.
Ascua de luz que consigue
ser incandescente llama.
Sólo con verte pasar
las lágrimas se me escapan.
Y por mucho que corteje
a la que hoy es Esperanza,
a la que llaman por fin
de la Yedra coronada.
Y por mucho que pretenda
robarle un beso a esta dama...
Yo sólo acierto a decirle...
Cuánto te quiero...
¡Esperanza!